Se acabaron las canciones


El cielo llora y se oscurece, despeja a pensamientos en un mundo que no comprende los tantos y cuestionados “por qué”. Hace que los pensamientos emprendan un viaje entre melodías de aquel hombre de canciones, del que se presagiaba que detendría la marcha del hábito de una canción por vez.

De un tiempo a este, han dejado de sonar sus canciones. Caigamos mejor en la suposición de que no tardará en traer una más. Y a lo mejor no sólo una más, muchas otras más. Bueno, eso para seguir conservando una mostacita de ilusión al menos.  Pero en el caso de que no vuelva, no regrese, y no traiga consigo una canción más, igual todo seguirá en su lugar.

Ha dejado sus canciones, su historia y el depósito de unas ganas intensas de cruzar el charco haciendo un solo paso. Sus canciones formaban un mundo de acuarela, y cada melodía tenía su propio color.  La luna es su favorita, y el mar su inspiración. Luna y Mar, compañeras de sus nostalgias. Pero, se acabaron las canciones. Sus canciones. No existe la menor idea de que volverán. Aquellas que formaban ensueños, melancolías, algarabíos, y tal vez… algo más. Solo resta esperar.

Volviendo a los sueños









Detengo  el tiempo, giro de un lado a otro a fijarme que hay, que queda, y que falta alrededor. Al quedarse quieto el reloj, a partir de un impensado segundo, se detuvo también mis pensamientos, y las ideas que empiezan a sucumbir entre las nubes.

Al empezar a andar en el camino, mientras todo queda paralizado, puede notarse más claro que algo se ha configurado en toda esta maquinaria del mundo;  producto de la rutina, y la monotonía. Cuando el movimiento se ha congelado, el camino por recorrer... se dejó ver. En algún punto de toda su longitud, se ha logrado ver brillar una luz. 

Mis pies se echan a correr hasta donde se observa la parte iluminada. Con una mano me cubro los ojos al estar cada vez más cerca. El brillo es fuerte. Lo que queda del sendero, más adelante, ya no se puede ver. Pero, algo se ha configurado. Al parecer ya no todo va ser como estaba premeditado en la fórmula de la que resulta lo cotidiano.

En el intento de observar mejor eso que brilla tanto, hay un rostro. Apenas logra verse una sonrisa, y una mano que se tiende hacia mí. ¿Me invitará a algún lugar? Espero, que sea al sitio de la felicidad. Espero, que sea al sitio donde todos los días no parezcan iguales; donde cada detalle sea importante; donde no haya promesas para el futuro. Que sea, sino, el sitio donde las acciones del presente hagan que el mañana sea más que simplemente consecuente.

¿Estaré despierta, o en un mundo real? Me pregunto si mis pies estarán sobre el suelo, mientras que ya no espero un amor eterno porque he perdido las ganas de escuchar promesas que duren “para toda la vida”. No veo que “hoy” pueda fomentar una alegría. Caer en la monotonía que se observa; cansa, gasta, desgana... Exprime a la magia, y la deja sin zumo. La vida no tiene un sabor.

Pero esa mirada de cielo, la sonrisa que ilumina, y sus manos que invitan al sitio de lo desconocido; me inspiran confianza. Qué tal si lo sigo, y si tomo el “riesgo” de seguirlo?... Dicen que es peor haberse arrepentido de no haber hecho aquello que se pudo, antes que arrepentirse de aquello que ya estuvo hecho.

Entre la melodía de una canción, la estrella más  brillante, el camino por andar, y las ganas de tomar de la mano a la felicidad; me espera una realidad. Todavía es un sueño, lo sé, pero en algún momento se hará realidad. Tengo la fe.